A partir de 2017, decidió dedicarse por completo a su pasión por el arte, tras conocer a su esposa, que proviene de una familia de artistas que le abrieron las puertas de sus talleres y universo. Escogió simbólicamente “KiKo”, su apodo de infancia, como su nombre artístico.

El éxito instantáneo de KiKo se explica por su ADN artístico inmediatamente reconocible. Más allá de sus tintas chinas, su enfoque artístico está impregnado de simplicidad. Cada creación de KiKo es un vibrante homenaje a la infancia y a su importancia fundamental en nuestras vidas.

Es a través de las tintas chinas multicolores que KiKo encontró su firma artística única. Desvía estas tintas del papel tradicional para utilizarlas en lienzos, creando obras donde el arte callejero se mezcla con el expresionismo, dando prioridad a la emoción sobre la realidad.

Cada obra nos lleva a despertar al niño escondido en cada uno de nosotros. Comienza cada obra con un boceto a carboncillo, su gesto está animado por una fuerza invisible, produciendo trazos enérgicos y fulgurantes, cargados de una urgencia creativa similar a la de un grafitero frente a un muro prohibido. A través de sus creaciones, cuestiona nuestra sociedad contemporánea, poniendo de manifiesto la inocencia y la candidez infantil.

En solo unos pocos años, “les Mômes” de KiKo se han convertido en grandes viajeros; desde Hong Kong, Los Ángeles, Miami, Singapur, Melbourne hasta Europa, están presentes en colecciones privadas, entre coleccionistas, influencers y numerosos seguidores de KiKo que lo han seguido fielmente desde sus inicios. Cada año, sus obras son expuestas en ferias de arte contemporáneo.

Como ferviente defensor de los derechos fundamentales de los niños y de su protección, se compromete activamente en diversas obras benéficas y desea que su arte contribuya a una mayor movilización en favor de la infancia.